Hablar todas las lenguas
Observando los rasgos de su cara frente al espejo, Lina Meruane se pregunta: «¿Cuántos rostros hay en un rostro?». Más allá de las similitudes físicas, nuestros cuerpos replican las formas y los movimientos del pasado. ¿Cuántos saberes táctiles quedan impregnados en las líneas de vida de nuestras manos? ¿Cuántos de ellos se borran o se olvidan con el paso del tiempo? En la topografía de nuestra piel, un lenguaje toma forma. Entre manos contenemos una composición digital compuesta de fragmentos de muchas manos repartidas en el tiempo y la geografía.
Entre abril y junio de 2025, el Parque Cultural de Cerámica de Shigaraki fue el espacio que reunió la tradición viva de artistas provenientes de tres países: Japón, Myanmar y México. En medio de las montañas, este centro recibe cada año a especialistas en cerámica para explorar y expandir las posibilidades del medio. En ese contexto y alejados de sus ciudades de origen, Teruri Yamawaki Hirosaki, Japón, 1989, Soe Yu Nwe Lashio, Myanmar, 1989 y Francisco Muñoz Tlaxcala, México, 1986 se entregaron a la extrañeza de un entorno diferente para aprender a crear nuevos sistemas de familiaridad. Movidos por la contemplación para crear sus propias abstracciones del exterior, los tres artistas descubrieron un entendimiento común en torno a la ritualidad y la presencia que implica el trabajo cerámico. Desde el dominio de la técnica, el entendimiento de la arcilla local y la corporalidad necesaria para las quemas en el horno Anagama –que requiere alimentar el fuego durante tres días seguidos– Yamawaki, Nwe y Muñoz se enfrentaron a un proceso de transformación material, corporal y espiritual compartido.
Guiada por la pregunta del origen y el destino, Teruri Yamawaki concibe sus piezas como «contenedores del alma», formas animistas inspiradas en los kamis que, modeladas a mano, se abren como cavidades respirantes para alojar el espíritu de presencias intangibles. En diálogo con ella, Soe Yu Nwe convierte la cerámica en un campo de negociación entre tradición y disidencia, hibridando folclore birmano, símbolos budistas, serpientes y cuerpos fragmentados en figuras que encarnan procesos de renacimiento e identidad. Por su parte, Francisco Muñoz abstrae la arquitectura de templos sintoístas en esculturas sostenidas por complejas estructuras internas, donde la limpieza de la forma y la reducción de elementos le permiten asimilar lo extranjero entre sus manos y encontrar, en el límite, un principio para la expansión interior.
En la dislocación de elementos simbólicos y rituales, las obras creadas durante esta estancia proponen nuevas interpretaciones materiales de origen y destino espiritual. Como escribió Umberto Eco en su novela más famosa, al «hacer su ciudad de ciudades y su lengua de lenguas», cada artista materializa un desprendimiento de lo conocido para enfrentarse a la tierra de otro lugar como quien llega a una ciudad desconocida. La práctica cerámica obliga a mirar siempre con extrañeza, a enfrentarse a la incertidumbre del material, a la técnica y al entorno en los diferentes sitios en los que se trabaja. Es hablar todas las lenguas, y ninguna a la vez. En este espacio, la cerámica sugiere una forma de traducción ritual que no borra los símbolos ni tradiciones de su origen, sino que se desprende de las imposiciones simbólicas e históricas del pasado para seguirse reinterpretando en el presente y el futuro.
Janila Castañeda